jueves, 29 de septiembre de 2011

"No fue para mí" de Ernestina de Champourcín

No fue para mí…
Ya lo suponía.
Pero sé engañarme
tan bien con mentiras
y jugar al juego
de la falsa dicha,
que a veces me olvido
-ya ves si soy niña-
que estaba jugando
a que me querías.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Best birthday "gift" ever

Algunos dicen que el amor es como una mariposa entre las manos. Si se sujeta con demasiada fuerza, muere. Si no se hace con la suficiente, escapa. Consideren entonces esta nota como mi manera de clavarle un alfiler en el tórax y ponerla en un muestrario par que admiren su belleza.




Esta historia comienza hace exactamente un año. El 27 de Septiembre tuvo una noche hermosa. Despejada y con una fresca brisa primaveral. Decidimos junto con mi hermano y unos amigos ir a ver el reestreno de Avatar. Reservamos por internet las entradas en el Hoyts Abasto. En ese entonces había que estar unos 10 minutos antes de la función para retirarlas, nada más.
Nos preparamos y salimos hacia la parada del 160. Los amigos de mi hermano nos iban a ver ahí pero se demoraron. Al ver venir uno de los colectivos, le digo a mi hermano que me voy a adelantar para retirar las entradas y que él se quede esperándolos.
A esas horas de la noche, normalmente suele viajar poca gente. Este era uno de esos casos, no había nadie parado y todos los asientos estaban ocupados. Todos menos uno. En la última fila, el segundo asiento al lado de la ventana izquierda estaba vacío. Sin apuro alguno, me fui decidido a ocuparlo. Jamás imaginé como me iba a afectar esa simple acción.
El viaje debe ser de unos 15 minutos, menos todavía a esas horas de la noche. Pero el destino me había reservado ese asiento y tenía otro recorrido trazado para que siga. - (Acá vale aclarar que tengo una definición bastante única de la palabra "Destino" que en otra nota me ocuparé de explicar) -
Junto a la ventana entreabierta, estaba ella, leyendo un libro de Cortázar, abstraída en su mundo, sólo aterrizaba en el momento que paraba para tomar no se que tenía en su botellita, ese era su único recreo. No se daba cuenta de que el viento lograba destilar de su larguísima cabellera un perfume deliciosamente exótico e irresistible.
Desde la primer ráfaga, estuve perdido. Procuraba inundar mis pulmones con ese aroma intoxicante sin que ella se de cuenta. Pensaba que era todo lo que le podía robar, lo único que me iba a poder llevar de ella. Pero al pasar el tiempo, el efecto era más fuerte. Me llevó a mirarla sin reparos, buscando que al encontrar mis ojos me invite a entrar en su mundo. Eso es lo que sentí cuando me regaló su sonrisa.
Yo sentía dentro mío, la inquietud de un niño por cometer una travesura. Ella ya me había dado permiso para que siga. Era mi turno. Pensé en la impunidad que me daba el estar a punto de bajar.  Pensé que todo lo que sentía en ese momento podía salir, sin mayores problemas. La molestaría un par de cuadras y nada más. Sería como un ring raje sentimental. Decirle algo y correr.
La adrenalina de la situación, el veneno de su perfume hicieron que llegando a Rivadavia, no pensara más. La conversación fue algo muy parecido a esto:

Yo: - Disculpá que te moleste, pero no pude dejar de mirarte y sentir tu perfume todo el viaje. Igual quedate tranquila, no voy a incomodarte mucho, ya me bajo. -


Ella: - Gracias. ¿Dónde te bajás? -

Yo: - En Plaza Almagro. Voy al cine del Abasto. -

Ella: Yo también ya me bajo. En Rivadavia. -

Yo: (Claramente bajo los efectos de su veneno, pregunté) - ¿Te puedo acompañar? -

Ella: -Si. Vamos.-

Toqué timbre y abrieron la puerta pero no para retarme, sino para salir a jugar.

Al bajar me tomó del brazo. Nos presentamos brevemente y empezamos a caminar bajando por Rivadavia. Hablamos del recorrido, de nosotros, de los otros, del trabajo, de los estudios, de cine. Era como un examen rápido entre ambos. Ella estudiaba danzas árabes. Estaba cargando con su sable y sus alas de tela. Entre los efectos de tenerla cerca, estaba una imposibilidad de mentirle. Fui totalmente sincero y abierto con ella.
Seguimos juntos hasta Rivadavia y Jujuy. Nos detuvimos en la esquina. Ella tenía que ir a la casa de su hermana, a unas cuadras de ahí y yo todavía tenia que ir al cine! Entonces, nos enfrentamos, nos tomamos las manos y al despedirnos me dijo con una mezcla de inocencia y deseo:
¿No me vas a dar un beso?
Como siguiendo una orden que esperaba recibir, la besé. Todavía seguía drogado por sus encantos.
En un atisbo de conciencia, miré el reloj. Faltaban 10 minutos para que empiece la función del cine. Lo que significaba que nuestra función debía terminar. Por lo menos la de esa noche.
Le pedí que anote su número de teléfono en mi celular y lo hizo con la misma rapidez con la que yo respondí a su pedido. Por último, le dije que me haga saber cuando llegue a lo de su hermana.
La volví a besar y nos separamos hasta que nuestras manos no tuvieron mas opción que separarse.
Mi corazón se sentía aturdido. Como víctima de una resaca eterna. Sin salir del sopor al que me sometió su aroma, comencé a correr por Pueyrredón. Si no fuese porque avanzaba en la calle, no podría haber asegurado que estaba corriendo, yo no sentía mi cuerpo, menos todavía mis piernas.
A mitad de camino, recibí una llamada de mi hermano, preguntándome donde estaba. Le dije que, como llegué temprano, estaba matando tiempo mirando vidrieras.
Poco antes de entrar a la sala, recibí el mensaje que le había pedido. La preocupación sobre si había llegado bien y sobre si había anotado correctamente su número, se desvanecieron. La película poco me importó después. Esa noche era una historia infinitamente mejor.


Algunos podrían haber elegido dejar todo ahí, en esa noche mágica. Guardarla perfecta en la memoria. Yo no. Era demasiado como para no querer saber como seguía. Y por un tiempo, pareció una inteligente decisión. Dos días después, nos volvimos a ver y recorrimos bares por casi diez horas (si, 10 horas!!!) juntos, charlando, conociéndonos. Compartimos varias noches más, tuvimos mas historias inpensables, disfrutamos de un contacto casi constante, conseguimos un dulce entendimiento.
Pero esa magia se consumió tan rápido como se consumó. Voy a ahorrarme detalles sobre el fin, sólo voy a decir que fue dramático y súbito, como correspondía. Quizás no teníamos nada mas que hacer juntos. Quizás no teníamos nada más. No lo sé.


Todavía me sorprende mi manera de actuar en ese momento. Jamás había hecho nada siquiera semejante (Ella tampoco, me lo aclaró más adelante). Habrá sido su perfume o la Primavera o la oportunidad o su predisposición o todo junto o algo más que no descubrí. Sea cual sea la razón, sacó algo de mí que no conocía. Sacó alguien nuevo de mí. Todo se sintió como una gran conquista. El riesgo que tomé, tuvo una recompensa más allá de cualquier fantasía. Y si bien la euforia terminó, aprendí a dejar salir esos sentimientos que tanta necesidad parecen tener de ser transmitidos. A veces, me parezco un temerario, sin filtros y dispuesto a inmolarme en mi propia sinceridad, pero aún así, aspiro a conseguir un equilibrio.
Lo importante es que sin tomar riesgos, nunca se gana, sólo se pierde. Si uno cree que vale la pena, hay que avanzar. No importa como salga. Que dure lo que sea, que explote todo, cualquier resultado es preferible a la incertidumbre y el miedo.




Nota: No suelo titular en inglés pero quise hacer un juego de palabras, que voy a explicar porque dudo alguien lo note. "Gift" es regalo en inglés pero también es veneno en alemán. Su perfume fue el veneno que significó mi perdición.