martes, 4 de mayo de 2010

Amor, métaforas y empirismo.

Desde que el hombre es hombre, se enamora y desde que es civilizado, escribe, y desde que escribe, escribe sobre el amor. Esa cosa tan fantástica y única que nos lleva a los mas altos placeres y nos arroja al noveno círculo del infierno al rogar por su aparición o al sufrir por su desencanto.
Muchos intentaron explicarlo, a través de diferentes artes, algunos con inusitada complejidad y detalle, lograron capturar esencias que quien lo vivió sabe reconocer y siente ese rememoramiento inundando su mente, otros en cambio fallaron estrepitosamente, vomitando vulgaridades como el infame Arjona. Sin embargo, tantos unos como otros, no se propusieron una definición enciclopédica de este fenómeno (o quizás si pero terminaron perdiéndose en un infinito remolino verbal) sino una descripción de las sensaciones y emociones de este estado. Dadas las características tan particulares que presenta, uno de los recursos mas explotados son las metáforas.
Algunos dicen que el amor (o la mujer) es como una rosa. Hermosa, cautivante, dulce, perfumada, pero con espinas y la imposibilidad para retenerlas. Algo similar plantean quienes lo comparan con un ave y explican que debe haber mesura en la fuerza de sujeción para no dejar que se escape pero tampoco asfixiarlo. No terminan de convencerme estos planteos; una rosa, una vez cortada, subsiste por poco tiempo, mientras que se puede apreciar tranquilamente dejándola en su lugar aunque sin sentimiento de pertenencia alguno. Mientras que en el otro caso, no me parece que las aves deban mantenerse en cautiverio ni que el otro tenga que ser objeto de reclusión y posesión.
Un amigo mío (Santiago) formuló otra recientemente, comparando la vida amorosa con un juego de poker constante. Plantea la decisión que a uno se le presenta con cada "mano" (oportunidad), el riesgo en lo que uno apuesta (compromiso), las ganancias que puede obtener y el saber cuando jugar y cuando retirarse. Finalmente uno sólo debe saber esperar las buenas oportunidades, aunque dice que mientras tanto uno se puede entretener recogiendo blinds y viviendo se aprende a jugar. Concuerdo con que las experiencias dan sabiduría, el amor es una disciplina cruelmente empirista. Aunque no creo que uno tenga que hacer funcionar cada mano o resignarse a esperar una especial ni a conformarse con ganar lo que uno pueda mientras tanto.
Ya que estamos, yo también ideé una, no se si mejor que las anteriores pero mía por lo menos. Le di varias vueltas y se me ocurrió compararlo con el alcohol, para ser mas específico, con el vino.
Es cautivante, atractivo, delicioso, relajante pero adictivo y potencialmente peligroso. Como está comprobado, su consumo periódico es beneficioso (en el caso del amor me parece imprescindible) y obviamente placentero. Aunque el consumo desmedido puede llevar a graves problemas de salud, principalmente hepáticos.
Existen distintas calidades, cepajes así como preferencias y maridajes. Así que cada cual puede elegir su preferido y su mejor manera de combinar personalidades. Otra cosa para destacar es la actitud de la gente para con el alcohol. Si uno toma solo y está borracho (de amor en este caso), la gente suele mirarlo mal, con desprecio y hasta con lástima. Lo mismo sucede si el que ama es uno solo, sin ser correspondido. Disfruta por ese amor, esa borrachera pero sólo hasta que la sobriedad y el frío de la soledad, lo despiertan a uno. Sin embargo, si dos (o más, en en el caso de una fiesta por ejemplo) comparten ese estado de ebriedad, el juicio cambia, la felicidad se comparte, ambos se pierden en sus sensaciones y el rededor parece desaparecer, así como la indiferencia hacia el juicio de los demás.
En fin, no sé si me logré explicar bien, como la mayoría de las cosas, sonaban mejor y tenían mas sentido en mi cabeza. Acepto sus comentarios para criticar mi metáfora como yo he despotricado contra las de otros. Listo, terminóse mi creatividad por el día de hoy.